«La distancia entre los acontecimientos externos y la respuesta que les damos puede ser la única (y más radical) libertad humana de la que disponemos. Cualquier esfuerzo por construir, continuar, ampliar y enriquecer ese espacio de libertad entre los acontecimientos externos y las respuestas que damos a los mismos, contribuye positivamente a que los seres humanos puedan responder creativamente a su propia vida”.
Victor Frankl (El hombre en busca de sentido), 1946
Una mentalidad que aprende se recupera aprendiendo de los fracasos; una mentalidad frágil jamás se recupera de los éxitos.
La psicóloga Carol Dweck, en su libro ‘Mindset: How You Can Fulfil Your Potential‘ y en sus artículos científicos, habla sobre dos mentalidades o paradigmas que la gente usa para interpretar el aprendizaje personal y el cambio: la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento.
Mentalidad fija
Se basa en la teoría de la inteligencia fija. Donde uno poco puede hacer por mejorar su inteligencia. “Yo soy inteligente” o “yo soy bueno en tal o cual área” y eso determina todo. Cuando tenemos esta mentalidad nos pillamos pensando “el talento lo es todo”. Los fallos, el fracaso o la torpeza, los interpretamos rápidamente como indicios de que la persona en cuestión no tiene talento.
Esto tiene también unas consecuencias a la hora de relacionarnos con el mundo exterior y nuestros equipo. Buscamos el resultado positivo rápido y sin esfuerzo. El esfuerzo solo merece la pena para ser brillantes en todo momento. Los errores son nuestros grandes enemigos, por lo que evitaremos en nosotros y en nuestros equipos todos aquellos campos que no se dominen desde un principio.
¿Te recuerda esta mentalidad a experiencias vividas en estos últimos meses?
Cuando las personas vivimos en esta mentalidad fija nos sentimos en constante adversidad y miedo: no estamos preparados para enfrentarnos al fracaso y todo lo que nos sale mal lo interpretamos como un signo de que no somos buenos. De que después de todo no éramos tan talentosos como pensaban nuestros padres, entrenadores, incluso nosotros mismos, llegando incluso a autoidentificarnos como “soy un fraude”.
La respuesta habitual de este tipo de mentalidad es por tanto: evitar todo aquello en lo que uno no resulte bueno inmediatamente o en poco tiempo, llegando a abandonar o evitar todo área de actividad que muestre dificultad. Cuando vivimos en este paradigma fijo, sufrimos de cierta fragilidad del ego y estaremos constantemente comparándonos con otros, intentando atisbar síntomas de inferioridad o superioridad.
La mentalidad de crecimiento
Es el paradigma opuesto. Cuando vivimos en una mentalidad de crecimiento sostemos la teoría de la inteligencia dinámica, en vez del “Yo soy inteligente” se dice “Yo estoy siendo inteligente en esta tarea y en este momento dado”.
Vivimos “La inteligencia” como una habilidad que se puede desarrollar, “entrenar” más o menos y la habilidad es el producto de ese “entrenamiento”, esfuerzo y concentración de ser más conscientes y activos en nuestra manera de comunicarnos con nosotros mismos y con los demás.
Esta mañana podemos estar siendo muy inteligentes (porque me he esforzado en algo mucho y he obtenido un buen resultado), y después de comer estar siendo un torpe aprendiz, y por la noche ser del montón.
Cuando entrenamos y vivimos en mentalidad de crecimiento, el fallo y el fracaso se interpretan como sucesos normales de cualquier proceso de aprendizaje.
La facilidad no es tanto un triunfo, trofeo o un símbolo de distinción, si no más bien como una señal de que estamos en una zona familiar y de confort que dominamos y en la que hemos dejado de aprender. Cuando vivimos esta mentalidad descubrimos que la sensación de no estar aprendiendo nada nos incomoda, preferimos desafíos. Las adversidades y complicaciones nos retan y sabemos que el camino no será sencillo, pero sí enriquecedor y desafiante.
¿Cuándo sabemos que estamos viviendo una mentalidad de crecimiento?
- Cuando nos vemos inmersos y enfocados en el trabajo que tenemos entre manos, poniendo toda nuestra habilidad en el proceso, para dar los resultados que queremos producir.
- Cuando ante las inevitables dificultades, nos mostremos resilientes y perseverantes.
- Cuando los feedbacks a otros los demos sobre resultados concretos, no de la personalidad en su conjunto sino del esfuerzo que puso en ello.
En definitiva, somos más proclives a probar cosas nuevas, a tolerar las dificultades del aprendizaje, a darnos nuestros tiempos de bienestar y recuperación y de no estar preocupado constantemente por aparentar perfección.